Día 3 - 40 Días de Oración

Cuando leo este pasaje en la Escrituras, el himno del obispo Heber resuena en mi mente. Recuerdo cientos de servicios de adoración en los que, junto con innumerables otros, cantábamos a todo pulmón: “¡Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso!” Por asombrosos que sean estos momentos de adoración, son sólo sombras de lo que está sucediendo ante el trono celestial de Dios en este momento. Solo unos pocos hombres en este lado del cielo han echado un vistazo a esta habitación celestial, y su testimonio es consistente.

Ellos contemplan al Señor en su trono, irradiando belleza y poder. Día y noche, extrañas y majestuosas criaturas celestiales, llenos de ojos, contemplan la santidad de Dios con asombro. A medida que lo absorben todo, la adoración y el amor emanan de su ser.

“¡Dios es tres veces santo! ¡Que los cielos y la tierra reconozcan Su pureza y unicidad y se inclinen en humilde adoración ante Él! ¡No hay nadie como nuestro Dios!”

Esta escena celestial continúa desarrollándose en Apocalipsis 4, con 24 ancianos rindiendo sus coronas y postrándose ante Dios en adoración. La santidad provoca un efecto confrontativo en quienes la experimentan. Algunos huyen y se esconden, como lo hicieron nuestros primeros padres en el jardín, mientras que otros se rinden a través de la confesión y la adoración reverente. Lo maravilloso de esto es que, cuando hacemos lo último, Jesús nos viste con Su santidad y nos equipa para experimentar una vida santa. Recordemos hoy que nuestro lugar delante de Dios y postrémonos delante de Él en santa adoración.